jueves, 9 de diciembre de 2010

Catequesis del Sacramento de la Reconciliación

¿Qué se tiene que tener en cuenta para confesarse?

1. Conciencia de pecado (examen de conciencia)
2. Arrepentimiento
3. Propósito de enmienda
4. Confesión sacramental
5. Penitencia

1. En cuanto a la conciencia de pecado tenemos que hacer un examen de conciencia, para saber qué es lo que tenemos que confesar.

En primer lugar debemos saber si el pecado es mortal o venial. El pecado mortal es el que nos separa de la gracia de Dios completamente. Se llama "mortal" porque el estado del alma es tal que en caso de morir en ese estado, no podríamos salvarnos, es decir mereceríamos la condenación eterna.* Si tenemos conciencia de estar en pecado mortal no debemos comulgar, porque en primer lugar sería un sacrilegio, una ofensa muy grave contra Dios a quien debemos todo nuestro respeto, nuestra veneración, nuestra adoración. Siendo infinitamente bueno, siendo la Bondad misma, no merece que le hagamos ni siquiera la menor ofensa, y mucho menos cometer ningún sacrilegio contra Él. Esta consideración debería ser suficiente para evitar el sacrilegio a toda costa, pero además hay otra situación: Si alguien se acerca en estado de pecado mortal a la comunión, se está haciendo reo de condenación. Esto significa que en lugar de santificarme estaría logrando el efecto contrario. (I Cor. 11, 27-32). No lo hagamos por ningún motivo.

El pecado "venial" son aquellas faltas leves, cometidas por debilidad, por descuido, que no nos hacen perder la gracia santificante (o sea la amistad con Dios) y aunque es bueno confesarlas ante el sacerdote, no es necesario. También hay que pedirle perdón a Dios por esas faltas y hacer oración y penitencia para que Él nos perdone. Y también hacer el propósito de ir corrigiendo en nuestras vidas aún esas faltas medianas o pequeñas.

Para que una acción nuestra se considere pecado debe realizarse libremente, es decir, esa acción debe ser hecha a sabiendas y voluntariamente.

De ahí salen las tres condiciones para que un pecado se considere pecado mortal:

a) materia grave (que vaya gravemente en contra de alguno de los mandamientos de la ley de Dios o de la ley de la Iglesia),
b) pleno conocimiento (o sea, saber que lo estoy haciendo y saber que lo que estoy haciendo es pecado), y
c) pleno consentimiento (o sea, que lo acepto completamente con mi voluntad).

Por eso es bueno hacer con frecuencia el examen de conciencia (de preferencia cada noche antes de irnos a dormir).

Para hacer el examen de conciencia antes de confesarse es bueno tener un esquema en el que revisemos cada uno de los mandamientos de la ley de Dios y de la ley de la Iglesia y ver si no hemos ido en contra de ellos. También es necesario decir algunos detalles como el número aproximado de veces que lo hemos cometido y otras circunstancias atenuantes o agravantes que ayuden al padre a hacer un juicio acerca de nuestro sincero arrepentimiento y sincero propósito de enmendarnos y para que tenga elementos para ayudarnos y guiarnos en nuestro camino hacia la santidad. Debemos ser completamente sinceros con el sacerdote. Hay que recordar que este no es un juicio para condenar, sino al contrario, es un juicio para perdonar. Igual que en el Sacramento de la Eucaristía se cometería sacrilegio si se acerca uno en estado de pecado, aquí, en el Sacramento de la Reconciliación, se cometería sacrilegio si no es uno sincero y trata uno de ocultar algún pecado mortal intencionalmente. Además la sinceridad nos ayuda a nosotros mismos a ir saliendo de nuestros pecados y debilidades y nos acerca más a la santidad, es decir a la amistad con Dios.

Otra forma de hacer nuestro examen de conciencia para irnos a confesar es revisar la lista de las virtudes y los vicios que se les oponen, para ver si realmente estamos luchando para alcanzar aquellas virtudes y alejarnos de los vicios.

Igualmente podemos revisar cómo nos estamos esforzando u organizando para realizar las obras de misericordia materiales y espirituales.

Y ya cuando hemos alcanzado un cierto nivel de "estabilidad" espiritual, también sería de provecho referirnos a las bienaventuranzas y analizar qué más podemos hacer para que nuestra alma sea más agradable a Dios, para poderle dar mayor gloria.

Para resumir los esquemas del examen de conciencia, los vuelvo a mencionar aquí:

a) Mandamientos de la ley de Dios y mandamientos de la Iglesia.
b) Lista de las virtudes y los vicios que se les oponen.
c) Obras de misericordia materiales y espirituales.
d) Las bienaventuranzas.

De todos estos esquemas, lo básico son los Mandamientos de Dios y de la Iglesia. El cumplimiento de esos mandamientos es lo que nunca debe faltar. Los demás vienen "encima" de ellos, como para ir perfeccionando nuestro "edificio" espiritual. Y no digo que las virtudes, las obras de misericordia y las bienaventuranzas no sean importantes: sí lo son, y mucho. Incluso puede uno acudir a esquemas de desarrollo humano, como son los valores del desarrollo integral, que no proceden de la tradición religiosa, pero que nos ayudan a visualizar cómo aprovechar los recursos humanos que Dios nos ha dado y de los que somos responsables ante Él.

Por otro lado también hay que tener en cuenta que nuestra vida espiritual es una relación personal con Dios. El uso de esquemas debe ayudar y no estorbar esa relación. A veces cuando estamos agobiados por el peso de nuestros pecados y queremos pedirle ayuda y perdón a Dios, esos esquemas sirven como cuerdas o escaleras que nos ayudan a acercarnos a Él.

2. El arrepentimiento es una actitud del alma que nos hace rechazar o aborrecer aquellas acciones que han ofendido a un Dios infinitamente bueno. Consiste en reconocer que es completamente inadecuado coresponder con ingratitud a Aquél que lo único que ha hecho es amarnos y hacernos el bien por pura misericordia. Y que además ha llegado al extremo de encarnarse y venir hacia nosotros y hacer el sacrificio máximo de amor para salvarnos de nuestro pecado (original) y nuestros pecados (personales). Siendo completamente inocente aceptó el extremo sufrimiento, la humillación y la muerte para regalarnos la salvación. Entonces, si el precio de la salvación fue tan alto, nosotros debemos corresponder a ese regalo y no permitir que haya sido un sacrificio inútil, en vano; debemos hacer cualquier cosa para aprovecharlo. Ese regalo de la salvación ya está ahí, disponible, ahora está en nosotros hacer lo necesario, "estirar la mano", para alcanzarlo.

El ser humano está inclinado al pecado, esta es una realidad que tenemos que aceptar. Debemos ser humildes y aceptar que somos débiles y pedirle humilde y confiadamente a Dios que nos ayude a superar nuestros vicios y limitaciones. Él nos quiere ayudar, pero quiere que nosotros pongamos lo que está de nuestra parte. Si no le pedimos perdón, el no nos puede perdonar. Y Él conoce el fondo de nuestras conciencias, por lo que no tiene caso tratar de engañarlo, Él nos conoce incluso mejor que nosotros mismos. Entonces le podemos pedir que nos ayude a ser mejores, como Él quiere que seamos. Podemos incluso reconocer que no siempre somos completamente sinceros y pedirle a Él que nos ayude a ser más sinceros tanto en nuestro propósito de enmienda como en nuestro arrepentimiento.



Es una gran bendición que Jesucristo haya instituído el sacramento de la Penitencia. Es un medio magnífico y muy eficaz para que podamos limpiar nuestra alma de las manchas del pecado y así estar libres para acercarnos a Él con más confianza. Para el perdón de los pecados graves no es suficiente pedirle "directamente" perdón a Dios; es necesario ir con el sacerdote, quien perdona los pecados en nombre de Dios. Esto es muy bueno, porque entre otras cosas necesitamos un punto de referencia objetivo, fuera de nosotros mismos para que esa atadura del pecado pueda ser desatada.

Una oración que ayuda a expresar nuestro arrepentimiento es el "Acto de Contrición". Hay varias formas, una de las cuales es la siguiente:

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero,me pesa de todo corazón haber pecado, porque he merecido el infierno y he perdido el cielo, y sobre todo porque te ofendí a Tí, que eres bondad infinita, y a quien amo sobre todas las cosas. Propongo firmemente, con tu ayuda, enmendarme, cumplir la penitencia, y evitar las ocasiones próximas de pecado.               Amén.
* En caso de peligro de muerte, hay que hacer un acto de contrición perfecta. Esto consiste en arrepentirnos de todos nuestros pecados, tanto mortales como veniales teniendo como motivo de arrepentimiento el haber ofendido a Dios que es bondad infinita. No sería una contrición perfecta si el motivo de mi arrepentimiento es por las consecuencias negativas que esos pecados me han traído o me pueden traer a mi (como daños a mi salud, a mi economía, a mi fama, a mis seres queridos, o por ponerme en peligro de condenación eterna). Todos esos serían motivos egoístas o al menos egocéntricos, es decir, motivos puramente humanos. La contrición perfecta consiste en repudiar mis actos pecaminosos precisamente porque se ha ofendido a Dios que es bondad infinita, contemplando esa injusticia de haber sido malagradecidos con Alguien que lo único que ha hecho es el bien, que lo único que es es Amor y Bondad, y que además es la Majestad y la Justicia inefables. También hay que recordar que no es un asunto de sentimientos ("sentir arrepentimiento"), sino de quererlo con la voluntad, no hacerlo sólo con los labios, o rutinariamente, sino realmente quererlo; decirlo de verdad, con el corazón, con sinceridad. Querer que sea verdad lo que las palabras expresan.

El acto de contrición perfecta hay que practicarlo, de preferencia todos los días (especialmente antes de irnos a dormir, porque nunca sabemos si llegaremos a despertar). Y hay que practicarlo primero, porque es un acto de justicia frente a la bondad de Dios, y también por razones prácticas: si no lo hacemos con frecuencia, el día que lo necesitemos no vamos a saber cómo hacerlo o no vamos a hacerlo como debe ser. También hay que realizarlo cuando estemos en una situación peligrosa como por ejemplo al iniciar un viaje en avión, barco, automóvil, etc. o antes de una operación quirúrgica (en caso de no poder irse a confesar, que sería lo mejor) o si me encuentro en medio de una catástrofe, un accidente, un asalto, un secuestro, o me siento en una situación repentina que pone en peligro mi vida (quizá un ataque al corazón o un accidente neurovascular, etc.) Dios perdona nuestros pecados si hacemos un acto de contrición perfecta, pero también debemos tener el propósito de que cuando pase el peligro (si es que pasa, por supuesto) iremos a hacer una confesión completa lo antes posible y decirle al sacerdote aquellos pecados que no hemos confesado. Confesión completa significa: hacer el examen de conciencia, arrepentirnos, hacer el propósito de enmienda, confesarnos (decirle nuestros pecados al sacerdote) y cumplir la penitencia.
Cuando acudimos a la confesión sacramental basta tener una contrición imperfecta (quizá porque lo que la motive sea "solamente" el temor a la condenación eterna). Pero deberíamos tratar (y sobre todo pedírselo a Dios) de ir perfeccionando y purificando nuestros motivos.

3. El propósito de enmienda consiste en ofrecer a Dios nuestra mejor intención de evitar el pecado en el futuro y de la misma forma proponernos alejarnos de nuestros vicios y acercarnos a las virtudes.

Es bueno observar qué es lo que nos acerca al pecado, es decir, cuáles son las ocasiones y condiciones que hacen propicio para mí cometer un pecado. Esas son las llamadas ocasiones próximas. Cuando las tenemos bien identificadas es necesario evitarlas. Quizá no son en sí mismas pecado, pero hay que verlas como un piso resbaloso inclinado hacia el precipicio cuando hay unas fuerzas que nos empujan y otras que nos atraen hacia ese hoyo que es el pecado.

Cuando el vicio está muy arraigado a veces puede uno pensar que es inútil tratar de salir de él. Pero no, para Dios nada es imposible. Si somos constantes en la oración y frecuentamos la confesión y la Comunión vamos a recibir muchas gracias (regalos espirituales) de Él.

El propósito de enmienda no significa que estemos 100% seguros de que no vamos a volver a pecar, sino que vamos a hacer lo que esté en nuestras manos, a nuestro alcance, para luchar contra nuestros defectos y pecados. Siempre pensando en que queremos agradar a Dios, porque queremos corresponder a su infinito Amor con el nuestro que es limitado.

No debemos sentir vergüenza o miedo de acercarnos al sacerdote para confesarnos. Los sacerdotes conocen las debilidades del ser humano y están ahí para ayudarnos en nuestra lucha espiritual. Los debemos ver como amigos a los que les contamos nuestros problemas, con la diferencia de que cuando conversamos con nuestros amigos no siempre contamos todos nuestros pecados y además no siempre tenemos el propósito de enmendarnos, y sobre todo, nuestros amigos no pueden perdonar nuestros pecados.

Si alguna vez nos regaña el sacerdote, debemos ser humildes y aceptar el regaño, porque al pecar nos hacemos merecedores de eso y al aceptar ese regaño con humildad estamos creciendo en esa virtud que es agradable a Dios. Y al mismo tiempo, generalmente los sacerdotes son comprensivos y bondadosos porque saben que el que se acerca a la confesión lo hace atribulado y adolorido.

Tampoco debemos sentir desánimo o dejar que nuestra esperanza disminuya por ver que caemos una y otra vez quizás en el mismo pecado. Si muchas veces caemos, muchas veces nos hemos de levantar. Y esa lucha aumenta la gracia que recibimos de Dios. Una vez alguien dijo "¿y de qué ha servido que haya yo ido tantas veces a la confesión si sigo en las mismas?" y le contestaron: "Imagínate qué sería si no hubieras ido a la confesión". Esto es para decir que la oración y los sacramentos nunca son hechos en vano, siempre traen un gran beneficio.

Otra cosa que debemos tener en consideración es que "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia", y que "más se alegran los ángeles y los santos en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve que no necesitan conversión".

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